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Borreguitos pascuales en Cáceres

Los borreguitos se compraban, por la Pascua de Resurrección, en mercados, en la Plaza Mayor, San Blas... x José V. Solana.
José V. Solana Cuenta mi madre que, después de vivir en varios puntos de España, llegó a Cáceres, a la calle Nidos, a principios de los años cuarenta. Una de las tradiciones, nueva para ella, que encontró en esta ciudad era la de que las familias con niños compraran un borreguito que tenían en casa durante varias semanas hasta, generalmente, el domingo de la Virgen de la Montaña. Llegada esa fecha, la mayoría eran sacrificados para ser cocinados y comidos en la romería, que se celebraba en los alrededores de la zona de la Montaña.   La costumbre debió mantenerse durante unas décadas. Una foto del álbum familiar muestra a mis hermanos mayores, Paco y Gely, de cuatro y tres años, con un borreguito en el campo, en mayo de 1962.   Los borreguitos se compraban, acercándose las fechas de la Pascua de Resurrección, en mercados, en la Plaza Mayor, San Blas o improvisados puntos de la ciudad.   Los niños estaban deseando salir de la escuela o que llegaran las vacaciones para jugar con ellos, ver cómo comían y crecían. A veces, en pandilla, salían con sus borreguitos a que comieran en el campo, lleno de trébol en primavera: Aguas Vivas, el Rodeo, La Madrila (hoy, Parque del Príncipe), el Paseo Alto, etc. Muchas veces iban engalanados como las caballerías, con alforjas o paños bordados, madroños de lanas de colores y alguna campanilla o cascabeles, y un cordel para guiar su mansedumbre.   Triste era el momento en que el niño descubría que ese amigo ya no estaba; más si llegaba a conocer qué había sido de él.   Por la ciudad aparecía gente que, voceando, vendía manojos de trébol por la calle para facilitar su alimentación y hacer algo de negocio.   Si el borreguito no era sacrificado, en Aguas Vivas, aunque tal vez no fuese común en otras zonas, hubo un pastor con un pequeño rebaño que, por un poco de dinero, recogía, si querías, al tuyo y lo llevaba al campo a que pastara con los suyos. Al atardecer, a su regreso, lo entregaba de nuevo a la familia.   La aparición de otro tipo de viviendas (antes, las casas solían tener patio o corral), la introducción de nuevas normas sanitarias y una vocación más urbana acabaron con esta entrañable tradición.  

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